El Ángel de la Guarda (Pablo Neruda, 1952)
En mi casa, de niño, me dijeron:
"Escucha tú. Hay un ángel que va contigo y te defiende:
un ángel de la Guarda".
Yo crecí, dolorido, en los rincones.
Y el llanto acumulado fui dejando
caer de gota en gota en mi escritura.
Adolescente fui de peligro en peligro,
de noche a noche, con mi propia espada
defendiendo mi pan y mi poema,
cortando el sitio de la calle oscura
que debía cruzar, acumulando
mi solitaria fuerza en el vacío.
¿Quien no llegó a mi puerta a romper algo?
¿Quien no me trajo corrosiva lava?
¿Quien no llevó una piedra venenosa
a la velocidad de la existencia?
El propietario me expulso iracundo.
El elegante desdeño mi rostro.
Y desde su letrilla mexicana,
o desde cenicientos silabarios,
malévolos barbudos, mercaderes
de rosas muertas, poetas
sin poesía, deslizaron tinta
contra mi combatiente cabellera.
Abrieron pozos de alma cenagosa
para que yo cayera entre sus dientes,
coronaron mi canto con cuchillos,
pero no quise huir, ni defenderme;
canté, canté llenándome de estrellas,
canté sin nadie que me defendiera,
sino el azul acero de mi canto.
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